La conspiración de los Iluminados de Baviera
Hasta cumplir los 36 años, la vida de Adam Weishaupt era la de un respetable burgués en la Alemania del siglo XVIII. Nacido en Ingolstadt, ciudad del entonces Estado independiente de Baviera. Quedó huérfano desde muy pequeño, pero su tío cuidó de su educación y lo matriculó en un colegio de jesuitas. Concluidos los estudios, muy pronto Weishaupt empezó a dar lecciones en la universidad de su ciudad natal, se casó y fundó una familia. Pero en 1784, el gobierno bávaro descubrió que el digno profesor de derecho eclesiástico era un peligroso revolucionario y ordenó su busca y captura.
Weishaupt, en efecto, tenía una personalidad inquieta. Siendo muy joven, había entrado en contacto con las obras de los filósofos franceses, que pudo leer en la biblioteca de su tío; ello le hizo tomar conciencia del poder que tenían la monarquía y la Iglesia para mantener a la población sometida y engañada. Convencido de que las ideas religiosas no resultaban lo bastante sólidas como para cimentar sobre ellas el gobierno de un mundo dominado por el materialismo, decidió buscar otro tipo de «iluminación» que se aviniera con sus ideales y que permitiera su aplicación práctica en la vida real. En esos años la masonería había logrado una gran expansión en Europa, incluida Alemania, y Weishaupt pensó en un primer momento en ingresar en una logia. Pero al final quedó defraudado por las ideas de los masones, y en cambio se empapó de extrañas lecturas sobre los Misterios de los Siete Sabios de Menfis, la Cábala y los secretos de la magia de Osiris. De este modo, decidió fundar una nueva sociedad secreta: la Orden de los Illuminati, los Iluminados, llamada en un primer momento también Asociación de los Perfectibilistas.
El 1 de mayo de 1776, los primeros Iluminados se reunieron para fundar la Orden en un bosque próximo a Ingolstadt, a la luz de las antorchas. Eran sólo cinco: Weishaupt y cuatro de sus estudiantes. Allí se fijaron las normas que regularían la Orden. Nadie podía acceder a ella por deseo propio, sino por consentimiento de sus miembros, y éstos sólo habrían de ser personas bien situadas social y económicamente. En ese momento, la organización interna de la Orden sólo contemplaba tres grados: los novicios, los minervales y los minervales iluminados. El término «minerval» se refería a la diosa grecorromana de la sabiduría, Atenea o Minerva, pues el objetivo de la Orden era difundir el verdadero conocimiento, o iluminación, sobre los fundamentos de la sociedad, el Estado y la religión.
En los años siguientes, la Orden de Weishaupt experimentó un notable crecimiento, pese a su secretismo; se calcula que en 1782 tenía ya 600 miembros. Entre ellos se contaban personajes relevantes de la vida pública de Baviera, como el barón Adolph von Knigge. Posteriormente, la expansión no se detuvo. Si al principio los Iluminados habían sido exclusivamente estudiantes discípulos de Weishaupt, ahora se contaban entre ellos nobles, políticos y toda clase de profesionales liberales, como médicos, abogados o juristas, así como intelectuales y literatos, entre ellos Herder y Goethe. A finales del año 1784, los Iluminados aseguraban tener entre 2.000 y 3.000 miembros, repartidos por Baviera y el resto de Alemania.
El barón Von Knigge tuvo un papel muy considerable en la organización y expansión de la sociedad. Como antiguo masón, favoreció la adopción de ritos típicos de la masonería. Por ejemplo, los Iluminados recibieron un nombre simbólico, tomado por lo general de la Antigüedad clásica: Weishaupt era Espartaco, Knigge era Filón, el juez Zwack se hacía llamar Catón... Asimismo, se elaboró una jerarquía de la Orden más compleja que la que inicialmente había establecido Weishaupt. En total se establecieron trece grados de iniciación divididos en tres clases. La primera culminaba en el grado de illuminatus minor, la segunda en el de illuminatus dirigens y la tercera en el nivel más elevado, el de príncipe.
El propio Weishaupt explicó cuál era el fin de la sociedad que había fundado. Su propósito, escribió, era «liberar gradualmente de todos los prejuicios religiosos a los cristianos de todas las confesiones y cultivar y reanimar las virtudes de la sociedad con vistas a lograr la felicidad universal, completa y rápidamente realizable». Para ello era necesario crear «un Estado en el que florezcan la libertad y la igualdad, un Estado libre de los obstáculos que la jerarquía, el rango y la riqueza ponen continuamente a nuestro paso», y con ello «no tardará en llegar el momento en el que los hombres sean libres y felices».
Traicionados desde dentro
Cuando mejor parecían ir las cosas para la Orden, el horizonte se nubló de repente. Por un lado, se agriaron las relaciones entre Weishaupt y Knigge, hasta el punto de que el segundo decidió abandonar la sociedad. Al mismo tiempo, otro iluminado que se sintió postergado, Joseph Utzschneider, envió una carta a la gran duquesa de Baviera para revelarle las actividades de la Orden. Las acusaciones que se vertían en ese documento eran terribles y en buena parte imaginarias: los Iluminados, según Utzschneider, sostenían que la vida debía regirse por la pasión más que por la razón, que el suicidio era lícito, que se podía envenenar a los enemigos y que la religión era un absurdo y el patriotismo una puerilidad. También sugería que los Iluminados conspiraban a favor de Austria. Advertido por su esposa, en junio de 1784 el duque elector de Baviera promulgó un edicto por el que se prohibía la constitución de cualquier tipo de sociedad no autorizada previamente por las leyes vigentes, al tiempo que se ordenaba el cierre de todas las logias masónicas.
Inicialmente, los Iluminados pensaron que esta prohibición general no los afectaría directamente y que, tras capear el temporal, pronto podrían volver a su anterior actividad.
Pero unos meses después, en marzo de 1785, el soberano bávaro promulgó un segundo edicto que proscribía expresamente a los Iluminados y los conminaba a respetar las leyes del Estado. La policía bávara realizó numerosas detenciones, interrogatorios y registros. En uno de estos registros, en casa de quien fuera la mano derecha de Weishaupt, Franz Xavier von Zwack, se encontraron documentos de lo más comprometedor: una defensa del suicidio y del ateísmo escrita de su puño y letra, el plan para la creación de una rama femenina de la Orden, el proyecto de fabricación de una máquina destinada a guardar archivos o destruirlos en caso necesario, recetas de tinta invisible, fórmulas tóxicas, así como un recibo de aborto, entre otros. Las pruebas, publicitadas hábilmente en la prensa de la época, sirvieron de base para acusar a la Orden fundada por Weishaupt de conspirar contra la religión y el Estado. En agosto de 1787, el duque elector promulgó un tercer edicto en el que se confirmaba la prohibición total de la Orden y se castigaba con la pena de muerte la adhesión a cualquier secta.
Para entonces Adam Weishaupt estaba a buen recaudo en Gotha, ciudad perteneciente a un pequeño principado al norte de Baviera. Allí publicó varias apologías de los Iluminados, en un intento de animar a sus compañeros, pero su lucha fue vana; la feroz represión del duque bávaro logró la total extinción de los Iluminados, salvo un puñado que marchó a Estados Unidos y fundó allí una logia que se consideraba heredera de la sociedad bávara.